Mira la violencia diaria, tiene 12 años de edad. Ella, su madre, recibe los golpes sin cuestionar, sin quejas, resiste a los abusos, abusos de todo tipo por cierto; igual cree que si se somete, la situación se calmará, sí, según ella calmará el día a día, apaciguará las humillaciones, cree ella; apaciguará los empujones, cree ella; apaciguará los gritos, cree ella; pero no, su sumisión afianza más al abusivo, su esposo.
Y ella, la niña, hija de los dos, ve, sólo ve sin poder hacer nada, se niega a impedir el abuso porque ya se lo advirtieron la primera vez que intentó defenderla, el puñete en la cara le costó esconderse toda una semana, al igual que su madre. Desistía mucho más al recordar a su madre diciéndole que no se meta con un rotundo: “No te metas, es problema de los dos, no debes nunca faltarle el respeto a tu padre refutando o juzgando sus acciones, él es mayor, es tu padre y sabe qué es lo que hace, los dos sabemos lo que hacemos, a los padres nunca se les debe juzgar”. Así continuaban a diario o interdiario, según el humor con que llegara él, los maltratos, que como espectadora infantil designada estaba imposibilitada de hacer o decir nada, porque sí, su madre lo acepta, su madre lo avalaba, su madre permite, su madre exige respeto hacia él; porque es él “El varón de la casa” “El proveedor de la familia“ y “Su padre”.
¿Increíble no? A diario muchas mujeres sufren violencia de todo tipo en manos de sus parejas; a diario niños y niñas son testigos de barbaridades violentas dentro de sus hogares perpetradas por el maltratador y por quien permite el maltrato, sí, una mujer. En mucho de los casos la violencia física ejercida termina en feminicidio, como ya lo asumes, eso, sí, eso, mujeres asesinadas en manos de sus propias parejas y muchas veces tales asesinatos son presenciados por los niños y niñas que sufren terriblemente el impacto y trauma de ver la muerte de quien les dio la vida, trauma ya generado desde que presencian los insultos, los empujones, las bofetadas, las humillaciones y un gran etcétera.
Naturalizar el machismo, el maltrato, la cual conlleva a la violencia en sus diferentes formas es aberrante, socialmente inaceptable, políticamente inviable, es más, universalmente deplorable. El aprendizaje dado a cada niño y niña testigo de violencia normaliza acciones que van en contra de lo correcto ¿O acaso se cree que es normal que un niño o niña viva en medio de tanta violencia, dentro de un ambiente familiar visiblemente tóxico?
La violencia genera y promueve una cadena de maltrato posiblemente irrompible, esa misma cadena que es rápidamente aprendida y reproducida de generación en generación, círculo vicioso que, muchas veces, no terminará si no se tiene las herramientas y mecanismos necesarios brindados por el estado y todo organismo interesado en velar por los derechos de las miles de mujeres que viven calvarios como esos, calvarios que son adoptados obligatoriamente y sin poder hacer nada, por miles de niños y niñas.
Está en las manos de las mujeres también enseñar a sus hijos e hijas que el maltrato no es permitido en el hogar y enseñar con el ejemplo porque de lo contrario estaremos cultivando niñas sumisas, permisivas, violentadas sin voz; y niños que serán, lo más posible, maltratadores.
Gran responsabilidad la que tenemos en nuestras familias, gran responsabilidad la que tienen nuestras autoridades y las que serán elegidas pues se tiene que efectivizar procedimientos en contra de los que ejecutan violencia, importante además toda campaña de concientización en el tema.
¿Y cuanto más se soportará? Y ¿Cuántas más violentarán, asesinarán?
No más violencia de género! Nos queremos vivas!
Necesitamos mujeres sin miedo!
Por: Rosa Carrillo
Activista pro Derechos Humanos, feminista
Presidenta de «Emma Jones»; Afrodescendientes trabajando por la inclusión y DD.II.